En apenas dos meses del año se conocieron más de 50 casos de femicidios y en Febrero los casos de Úrsula y Guadalupe tuvieron una repercusión protagónica en los medios de comunicación. Dos mujeres jóvenes, asesinadas por sus ex parejas quienes tenían denuncias previas. En ambos casos los femicidas fueron detenidos.
Úrsula Bahillo era una joven de 18 años de la ciudad de Rojas en Provincia de Buenos Aires. Fue asesinada por Matías Martínez, de 25 años, el 8 de febrero. Martínez era policía y al momento del asesinato se encontraba desarmado y con carpeta psiquiátrica. La joven había realizado 16 denuncias contra el femicida quien además tenía una orden perimetral.
Guadalupe Curual vivía en Villa La Angostura, tenía 21 años y una hija de 1 año. Ella fue asesinada por su ex pareja y padre de su hija, Juan Bautista Quintriqueo, de 33 años, en una de las calles principales de la ciudad patagónica. Turistas que se encontraban en la zona intentaron detener al hombre que luego fue detenido y llevado a un hospital por heridas autoinfligidas.
Ambos casos conmocionaron a la opinión pública y tuvieron sus extensas coberturas en los medios de comunicación nacionales e internacionales. El orden de los factores es ya sabido: se conoce el crimen, se reporta sobre el mismo y luego se indaga en la vida de la joven con entrevistas a familiares y amigos o amigas. Pero estos dos casos tuvieron un condimento extra que sumaba al morbo y el amarillismo: ambas mujeres se habían expresado en las redes sociales sobre las violencias que sufrían.
Al día siguiente de suceder el femicidio de Úrsula, se dieron a conocer una serie de mensajes de texto y de audio que ella había compartido con sus amigas. En la televisión, las redes sociales y los portales de noticias podíamos escuchar la voz de la joven relatando sus experiencias, pidiendo a sus amigas que guarden las pruebas. En uno de los audios más reproducidos la joven aseguraba que Martínez “me dijo que me va a matar”. Los medios también difundieron los distintos mensajes que la joven ponía en las redes sociales haciendo referencia a los hechos de violencia que vivía, incluso uno en el que reproducía un refrán feminista “Y si un día no vuelvo, hagan mierda todo”.
Por el otro lado, en el caso de Guadalupe los medios explotaron la imagen que la joven tenía en su perfil de Facebook, una con un filtro violeta aplicado y otra leyenda feminista: “Nací para ser libre, no asesinada”. También se dieron a conocer audios, mensajes privados, pero en esta ocasión, fueron enviados por el femicida.
Es común ver esta invasión a la privacidad en los casos de femicidios o violencia de género. Estos mensajes, fotos y audios personales tienen un doble efecto. Por un lado sirven de pruebas ante la sociedad, los consumidores de los medios de comunicación, de que las mujeres estaban realmente sufriendo violencia. En el pasado hemos visto las dudas o críticas hacia las víctimas de violencia de género o femicidios poniendo a las mujeres como culpables de sus propios ataques. Su relato es dicho por su propia voz, sus propias palabras dichas en la intimidad de una relación de amistad.
Por otro lado, estos audios y mensajes tienen el objetivo de presentar una imagen en la que muestran a una víctima indefensa, inocente que hizo lo correcto y de todas formas sufrió la peor consecuencia. De esta misma forma se construye la imagen del asesino, a quien en muchos casos se lo cataloga como “loco”, “monstruo” o “animal” no tanto por los medios de comunicación, sino por la sociedad en sí. El psiquiatra Enrique Stola comentó en una nota para el diario La Arena “decir que asesinos como el de Úrsula, los violentos, los abusadores o los pedófilos son ‘loquitos enfermos’ es una maniobra exculpatoria de la dominación masculina para sacar, supuestamente, las manzanas podridas del cajón y que la generalidad de los varones digan que no tienen nada que ver con la violencia de los femicidas”. Esta imagen que se construye de la víctima se ve potenciada gracias a las declaraciones de familiares y amigas, quienes en un momento de dolor y enojo se enfrentan a los medios de comunicación.
Esta indagación en la vida privada de las víctimas también tiene su dosis de amarillismo y morbo. Hablando de “estremecedores”, “desgarradores” o “desesperantes” aumentando el dramatismo de los mensajes que se escuchan. Lo que hay que preguntarse en cuánto a la cobertura de los hechos es qué impacto tiene indagar en la privacidad de los y las protagonistas de la historia.
En los últimos años se han producido muchos cambios significativos en materia de reportaje de casos de violencia de género. Expresiones, términos y estereotipos se han erradicado, pero todavía quedan cambios para hacer. Este trabajo es impulsado mayoritariamente por periodistas feministas y redes de periodistas con perspectiva de género que proponen una comunicación diferente basado en un análisis exhaustivo. Estos cambios son necesarios para tener una comunicación más equitativa y respetuosa con todos los integrantes de la sociedad.